Wednesday, November 17, 2010

Querido Mau

Quiero empezar por aclarar que sos de los que me dio mis primeros entrenamientos en sensibilidad intercultural, para ponerte en perspectiva lo que significás para mí, más allá de que nos conozcamos y hayamos sido amigos por casi 30 años.
Concuerdo con tu apreciación sobre el orgullo que genera la afinidad con símbolos patrios. En mi iTunes a menudo suenan canciones de dos discos que escucho con frecuencia: Típicas Bailables, del Conjunto Rítmico Los Ticos, e Himnos y Marchas de Costa Rica (la Patriótica Costarricense nunca falla en sacarme lágrimas y dejarme erizado, de ojos cerrados imaginando mi amado terruño).

Concuerdo también con que nuestro nacionalismo es bastante moderado, pues se limita a la ocasional mejenga de la Sele. Esta invasión nicaragüense es una ofensa a lo más profundo de nuestra identidad nacional, y una para la cual no tenemos defensa. Ha sido un acto de mala fe -espero que por error estratégico- y ha sido una enorme distracción. La semana pasada le dediqué 25 horas a la Isla Calero, y eso es un lujo que no me puedo dar a dos semanas de exámenes finales. Pero quiero hacerlo, porque los 14,893 kilómetros que separan esta ciudad de mi ciudad no separan el vínculo que siento en la panza por todos ustedes y por todo lo nuestro.

Pero no quiero dejar pasar la oportunidad que nos da el artículo para reflexionar sobre una forma de ser del costarricense que no siempre fue así, y que, aún habiéndolo sido, podríamos mejorar. La xenofobia, al igual que la homofobia y todo movimiento ideológico "anti-", son cuestión de actitud. Yo elijo odiar a la Ultra o a la Doce; odiar a los nicaragüenses o a los colombianos o a los jamaiquinos o a los estadounidenses; odiar a los que evaden impuestos; odiar a los corruptos; odiar a los conductores borrachos; odiar a los bañazos, polos, igualados, arrimados, etc.

La buena noticia es que depende de nosotros mismos, y de nadie más, adoptar una actitud más favorable, y amar a las personas más allá de sus preferencias o circunstancias. Ese es el principio del cambio hacia una nación más civilizada. En términos de civilidad, queremos llegar a ser como la Unión Europea, donde las más dissímiles culturas coexisten pacíficamente, productivamente, respetuosamente, sosteniblemente. En Europa había guerra hace 65 años; hoy no hay fronteras. La pregunta, entonces, es cómo hacemos para llegar a eliminar la frontera con Nicaragua? La historia, la ciencia política, el derecho, la economía, la ecología, los estudios de paz y el pensamiento estratégico, podrían darnos algunas luces.

El artículo que publicó Ottón Solís hace un par de días fue bien recibido porque era escrito en un tono patriótico, conciliador, serio y maduro. Estas cuatro virtudes casi nunca las logró combinar en sus campañas políticas. Otro resultado hubiera obtenido. Pero menciona un argumento que es denigrante para con los nicaragüenses, y además falacioso. Sostiene Ottón que a los nicaragüenses los necesitamos porque es rentable y porque eso le permite a madres de familia costarricenses trabajar por un salario en lugar de trabajar en la casa como amas de casa y sin ingreso. Australia es un país rico, de altísimo desarrollo humano (#2 según ONU) y no hay empleadas domésticas. Entonces eso no es un factor indispensable de desarrollo. Lo correcto, lo sensible, lo propositivo, es decir que debemos asegurarnos de que dentro de 20 años los hijos (costarricenses) de esas empleadas domésticas y "guachimanes" nicaragüenses van a tener la opción de ser lo que ellos quieran ser, que es lo que queremos para nuestros hijos. El mismo gesto de amor que tenemos con uno propio lo debemos de tener con otro ajeno, y para eso es el Estado: para garantizar que universalicemos la prestación de servicios públicos con la mejor cobertura y la mejor calidad. En cobertura nos sacamos arriba de 90. En calidad, la meta es igualar el estándar de atención de la medicina privada a la medicina pública sin que cueste tan caro. Este es el tipo de retos que requerimos y que nuestra generación debe empezar a asumir ya. Para eso no hay opción más que mejorar la recaudación fiscal. Ni siquiera creo que haga falta, por ahora, aumentar la carga impositiva. Primero recaudemos bien, y después vemos. Dentro de 20 años ya vamos a haber vivido los años de mayor actividad productiva y habrá otra generación deseosa de oportunidades para corregir los errores que heredaron de nosotros.

Desde hace tres años no estoy en Costa Rica. He tenido la honorable distinción de servir al país en el exterior y aún después de retirado he continuado comportándome como un embajador de Costa Rica en el exterior. Esto no me lo enseñó la diplomacia ni la función pública. Me lo enseñó el CISV, donde me ayudaste a entrenarme como representante nacional fuera del país. Cada día añoro más estar allá, aunque sea de visita. Ver un volcán (que no hay ni en Australia, ni en China ni en Brasil), un cielo azul, un aguacero, una playa con bosque, un mar cálido, un mono (no los hay en Australia), un gol de la Sele en el estadio, un picadillo y un yigüirro. No sabría reconocer a Josué Martínez en la calle; no conozco la costanera ni he visto el Estadio Nacional; no conozco a los hijos de mis mejores amigos.

Tenemos mucho que mejorar, y sólo depende de nosotros. No es culpa del gobierno ni de los extranjeros ni de los corruptos. La responsabilidad es compartida por parejo entre todos, y lo que necesitamos es que cada uno sea el líder que puede ser para sí mismo, para su familia y para su comunidad, para que juntos forjemos la mejor Costa Rica que está por venir.

Debemos recuperar el amor propio, ser humildes, y tener fe en que toda la violencia y toda la corrupción y toda la evasión fiscal y toda la xenofobia la podremos superar, y pronto. Es impensable lo que nuestro país podría transformarse en estos diez años, si nos lo proponemos. Repito, no necesitamos más administradores públicos. Necesitamos más líderes.

Abrazos, Álvaro.

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