II. Elementos que conforman el
diagnóstico.
Existe una amplia variedad de
manifestaciones del conflicto de pérdida de valores culturales. A continuación,
los cuatro síntomas más notorios y prioritarios de atender a nivel nacional.
A. Violencia.
Costa Rica solía ser una
sociedad pacífica hace apenas 25 años. La criminalidad era escasa y los
homicidios eran mínimos, a una tasa promedio equivalente a la de Suiza. Sin
embargo, los últimos 15 años ha habido un incremento exponencial en
criminalidad y en homicidios, multiplicándose entre 10 y 15 veces la tasa
promedio que se vive en la actualidad. Incluso en 2008 los homicidios cruzaron
el umbral de 10 por cada 100.000 habitantes que es considerado por Naciones
Unidas como problema de salud pública.
La violencia engendra violencia.
Eso quiere decir que cada hecho violento producirá mayor violencia en el
futuro. Hoy en día el efecto de divulgación de violencia que produce la prensa
propaga varias emociones que constriñen a la población y la atemorizan cada vez
más. Además, el ritmo de crímenes sobrepasa la capacidad de cuido de la policía
y esto significa indefensión, lo cual exacerba el miedo en la población.
Nos atreveríamos a afirmar que
el pueblo consume violencia en parte porque es lo único que se ofrece en
algunos medios de prensa, y en parte es el resultado de una adicción colectiva
a consumir más violencia por distintos medios: música, cine, pornografía,
deportes. Las manifestaciones son igualmente variadas: física, verbal,
intrafamiliar, escolar, deportiva. En una aparente paradoja, pagamos por la
violencia que consumimos, lo cual quiere decir que le damos valor monetario,
además del tiempo que invertimos consumiéndola.
Finalmente, el tipo de violencia
ha cambiado y hoy existe un grado de agresividad o crueldad que pareciera estar
destinada a generar miedo generalizado. En una palabra, terrorismo. Nos
referimos al sicariato y a los asesinatos a cargo de maras o pandillas de
narcotraficantes en los que operan unas conductas violentas que no son propias
de la cultura costarricense.
B. Corrupción en la función
pública.
Se ha desvirtuado el sentido del
servicio público, el cual exigía aptitud y carácter para el servicio. En muchos
casos, también, requería reconocida capacidad técnica para el ejercicio de
algunos cargos.
También se ha perdido la
transparencia, principio elemental de la sana administración pública, y esto ha
deteriorado la honorabilidad en las relaciones entre los administradores y los
administrados.
Cuando estas conductas suceden
repetidas veces sin las correspondientes sanciones jurídico-políticas, los
líderes promueven el mal ejemplo para la población que se atreve a comportarse
de manera similar con la expectativa de una retribución en beneficio propio o
de sus allegados.
Sucede además que los grupos de
poder financiero desean tener influencia política. Esto no es nuevo ni es
exclusivo de nuestro país. Sin embargo, el volumen y el grado de impunidad que
disfrutan los que quiebran la ley en ese afán generan la ira generalizada de
una población que no solía enojarse con tanta facilidad. Más aún, la
indignación que se ha hecho manifiesta en otras latitudes ya empieza a asomarse
en Costa Rica como una opción a la falta de soluciones a la creciente y
compleja crisis de valores en el país.
Estos síntomas han hecho perder
la eficacia de la gestión en la administración pública, al punto del
entrabamiento generalizado del sistema político que ha paralizado al país.
Datos estadísticos revelan que Costa Rica creció notoriamente menos que sus
vecinos centroamericanos durante la primera década de este siglo, lo que ha
dado pie a denominarla la “década perdida” en el crecimiento socioeconómico del
país.
C. Individualismo.
El estado y la nación son
fenómenos colectivos. No puede haber un estado vigoroso ni una nación pujante
si no hay coordinación entre ambos entes públicos. El marcado individualismo
que se vive en el país le resta empuje a ellos. La indiferencia se ha
convertido en una actitud generalizada respecto a ambas, un “sálvese quien
pueda” que mina los propósitos y los recursos necesarios para salir del atasco.
La institucionalización del
concepto de “felicidad” nos ha llevado a pensar “primero yo, después yo.” El
disfrute de lo material, que es confundido con la felicidad, es
predominantemente individual: mi dinero, mi propiedad, mis pertenencias, la
actualización de mi perfil en redes sociales.
D. Dinámica de inculpación mutua.
Hemos perdido el sentido de la
responsabilidad y la rendición de cuentas, esenciales en los propósitos de
enmienda y en la gestión de representación a nombre de otros. El gobierno es la
institución por excelencia donde sus funcionarios gestionan en representación
de la nación que es soberana, según manda el artículo 2 de la Constitución Política.
Se ha deteriorado el proceso de
control político y existe una impunidad de hecho en el proceso legal para hacer
a los funcionarios públicos cumplir por su responsabilidad individual.
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