Tuesday, May 08, 2007

El Plan B - Primera Parte

A mí me gusta escuchar la posición anti-TLC porque me ayuda a prepararme, al menos emocionalmente, para la no aprobación del tratado. Si se rechaza el TLC y USA retira la ICC (que según dice La Nación de hoy, el Sistema General de Preferencias vence el 31 de diciembre de este año), el panorama sería bastante sombrío, pues no tendríamos accesos privilegiados ni siquiera a los mercados más cercanos, como Centroamérica. Peor aún, perderíamos competitividad porque ellos podrían exportar en mejores condiciones.

Me parece que, adicionalmente a la preparación emocional para el Plan B, hay que buscar las fortalezas o destrezas sobre las cuales nos apoyaríamos como país para mantener un nivel de desarrollo que por lo menos permita no retroceder demasiado. Me cuesta vislumbrar un Plan B donde haya condiciones que nos permitieran desarrollarnos a buen ritmo para que dentro de 15 años podamos montarnos en el nuevo tren de desarrollo comercial internacional, que imagino que sería un marco multilateral de eliminación de subsidios, baja de aranceles y acceso a mercados. O sea, un mercado global.

En un esfuerzo por pensar en la gravedad del rechazo al TLC, podría significar para este país verse sumido en una pobreza enorme en comparación con sus otrora vecinos pobres centroamericanos. Ese escenario no lo deseo, pues aunque creo tener la posibilidad de irme a buscar vida y trabajo a Honduras, de donde es mi mamá, o a Brasil, de donde es mi novia, este es el país donde preferiría vivir de entre todos los países del mundo. Sin embargo, si el país no presenta las condiciones necesarias para desarrollarme (nos) en la dirección y al ritmo necesarios para mantener un crecimiento estándar acorde con el crecimiento global, nos rezagaremos, y yo minusvaloro el rezago.

Lo que sí me parece es que el TLC es quizás el conflicto más importante, desde el punto de vista de su complejidad, que se ha presentado en la historia costarricense. Ni la invasión de William Walker ni la crisis política de 1948 rasgaron el tejido social nacional como lo ha rasgado el TLC. Esto me parece más preocupante que el comercio o el mercado internacionales. Porque la realidad es que aunque pertenecemos a un entorno regional o mundial en el plano comercial, vivimos en una sociedad donde hay polarizaciones muy graves que, por experiencias conocidas en la historia mundial, siempre llevan a rupturas violentas.

Me parece que los dirigentes de este país han fallado en apreciar y valorar la dimensión del conflicto y sus potenciales implicaciones (algunas ya son reales). El diagnóstico no es muy promisorio, porque no he visto señales de cambio en este gobierno en cuanto a la posición ante el conflicto. No creo que tengan el suficiente conocimiento, y quizás la requerida humildad, para aceptar que el poder en este país está difuminado entre grupos políticos, grupos económicos, y grupos de sociedad civil. Ignorar a estos últimos es un error supremo.

Aquí tiene que haber una repartición de cuotas de poder político de manera que incluya a la sociedad civil. Eso es muestra del desarrollo humano de un país, pues es sólo en las sociedades más desarrolladas (desde el punto de vista de civilización) donde hay una sociedad civil que orienta el desarrollo de los países. Ignorarlo sería una sentencia inequívoca de subdesarrollo.

O sea, la dirigencia político-económica de este país parece haber fallado en entender que el pueblo no quiere ser actor político sólo cuatro minutos cada cuatro años. No. Esa participación política, obligatoria si uno quiere tener la autoridad moral para opinar públicamente, se limita a cumplir con un requisito electoral para la sustitución democrática del gobierno. Sin embargo, el liderazgo y la participación política van mucho más allá.

Fallamos en escucharnos los unos a los otros. Incluso fallamos en escucharnos a nosotros mismos. Esto imposibilita descubrir si estamos o no equivocados en lo que creemos. Y es que también otra patología nacional que he observado es que aquí la gente se cree cuanta ocurrencia le pasa por la mente. Más aún, se creen cuanta ocurrencia escuchan que los moviliza emocionalmente. Es un síntoma de subdesarrollo individual.

En este marasmo de síntomas de desarrollo humano y subdesarrollo individual y nacional, lo que me queda claro es que ya no somos un país de tercer mundo, pero nos falta mucho para serlo de primer mundo. O sea, y aunque la clasificación nunca se utilice, creo que Costa Rica ha alcanzado un decente rango de segundo mundo que lamentablemente no es suficiente como para satisfacer las expectativas de tantos y tantos costarricenses que, en lo artístico, profesional, económico, internacional o social han hecho méritos para ser ciudadanos de una nación de primer mundo.

El paso que falta no es tan grande. Sin embargo, el que no sabe para dónde va, en cualquier lugar está perdido. Si los dirigentes políticos fallan en escuchar a los dirigentes de sociedad civil, fracasaremos en dar el paso. Si los dirigentes de la sociedad civil fallan en escuchar a los dirigentes de gobierno, fracasaremos en respetar la institucionalidad del país que tanto respeto internacional nos ha generado. Queda una última oportunidad clara de dar el paso con el menor costo nacional posible. De lo contrario, procurar ese paso tomará varios años de un trabajo metódico y concienzudo para construir “nación” nuevamente.

El TLC debe ser aprobado con un apoyo popular de 90%. Menos de eso es fracasar, pues aunque se aprobara a la fuerza y se soportaran 6 meses de paros y huelgas y actos terroristas a la institucionalidad del país, la brecha que habría dejado el conflicto sobre el tejido social del país requeriría de algunas décadas para ser reconstituido, si acaso.

La única forma que se me ocurre hoy por hoy de que se apruebe el TLC-90% es que los unos escuchen a los otros. Insistí a mi entrada al Ministerio que eso había que hacerlo y que era urgente. Por supuesto que choqué de cabeza contra una pared gigantesca. Me tranquiliza por lo menos resonar dentro de mí algunas ideas que se consolidan como diagnóstico del conflicto.

Ayer fue un día de pesimismo, que me sirvió para dimensionar el espectro temporal del conflicto. Se nos acaba el tiempo. No quiero darme por vencido y quiero intentar vender mis ideas más allá de mi compañero de oficina. Ahora que voy a Noruega podré tener una pausa para meditar y reflexionar sobre la mejor forma de transmitir algunas de estas ideas. Seré testigo, una vez más, de cómo funciona el país con la mejor calidad de vida del mundo. Honestamente, estoy dispuesto a sacrificar este puesto de trabajo, si es que mi osadía de disentir y proponer tuviera semejante costo político para mí.

Si algo me ha quedado de aprendizaje del comandante Ernesto Guevara de la Serna es que no hay que claudicar en la lucha por nuestros ideales. También aprendí de él, con su muerte, que si uno se convence de lo que piensa, termina creyendo algo que podría ser equivocado. Lo dijo Nietzche: es más peligrosa una persona que está convencida de una idea que alguien que miente, porque el mentiroso por lo menos sabe que está mintiendo. El convencido ignora si está o no equivocado. Yo creo, casi al borde del convencimiento, que estar a favor o en contra del Tratado no son las dos únicas opciones viables. Creo que hay por lo menos una tercera opción, ya sea un híbrido de las dos posiciones anteriores, o una trascendente, que apele más a valores y principios nacionales que a intereses económicos o políticos, de los unos y de los otros.

Cito la Biblia: que tire la primera piedra quien se sienta libre de pecado. Estamos entre ángeles y demonios, y los hay en ambos bandos.

Podemos mucho más.

Álvaro Cedeño.
10 agosto 2006

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