Sunday, May 06, 2012

Estrategia de Rescate de Valores II: Síntomas


II. Elementos que conforman el diagnóstico.

Existe una amplia variedad de manifestaciones del conflicto de pérdida de valores culturales. A continuación, los cuatro síntomas más notorios y prioritarios de atender a nivel nacional.

A. Violencia.

Costa Rica solía ser una sociedad pacífica hace apenas 25 años. La criminalidad era escasa y los homicidios eran mínimos, a una tasa promedio equivalente a la de Suiza. Sin embargo, los últimos 15 años ha habido un incremento exponencial en criminalidad y en homicidios, multiplicándose entre 10 y 15 veces la tasa promedio que se vive en la actualidad. Incluso en 2008 los homicidios cruzaron el umbral de 10 por cada 100.000 habitantes que es considerado por Naciones Unidas como problema de salud pública.

La violencia engendra violencia. Eso quiere decir que cada hecho violento producirá mayor violencia en el futuro. Hoy en día el efecto de divulgación de violencia que produce la prensa propaga varias emociones que constriñen a la población y la atemorizan cada vez más. Además, el ritmo de crímenes sobrepasa la capacidad de cuido de la policía y esto significa indefensión, lo cual exacerba el miedo en la población.

Nos atreveríamos a afirmar que el pueblo consume violencia en parte porque es lo único que se ofrece en algunos medios de prensa, y en parte es el resultado de una adicción colectiva a consumir más violencia por distintos medios: música, cine, pornografía, deportes. Las manifestaciones son igualmente variadas: física, verbal, intrafamiliar, escolar, deportiva. En una aparente paradoja, pagamos por la violencia que consumimos, lo cual quiere decir que le damos valor monetario, además del tiempo que invertimos consumiéndola.

Finalmente, el tipo de violencia ha cambiado y hoy existe un grado de agresividad o crueldad que pareciera estar destinada a generar miedo generalizado. En una palabra, terrorismo. Nos referimos al sicariato y a los asesinatos a cargo de maras o pandillas de narcotraficantes en los que operan unas conductas violentas que no son propias de la cultura costarricense.

B. Corrupción en la función pública.

Se ha desvirtuado el sentido del servicio público, el cual exigía aptitud y carácter para el servicio. En muchos casos, también, requería reconocida capacidad técnica para el ejercicio de algunos cargos.

También se ha perdido la transparencia, principio elemental de la sana administración pública, y esto ha deteriorado la honorabilidad en las relaciones entre los administradores y los administrados.

Cuando estas conductas suceden repetidas veces sin las correspondientes sanciones jurídico-políticas, los líderes promueven el mal ejemplo para la población que se atreve a comportarse de manera similar con la expectativa de una retribución en beneficio propio o de sus allegados.

Sucede además que los grupos de poder financiero desean tener influencia política. Esto no es nuevo ni es exclusivo de nuestro país. Sin embargo, el volumen y el grado de impunidad que disfrutan los que quiebran la ley en ese afán generan la ira generalizada de una población que no solía enojarse con tanta facilidad. Más aún, la indignación que se ha hecho manifiesta en otras latitudes ya empieza a asomarse en Costa Rica como una opción a la falta de soluciones a la creciente y compleja crisis de valores en el país.

Estos síntomas han hecho perder la eficacia de la gestión en la administración pública, al punto del entrabamiento generalizado del sistema político que ha paralizado al país. Datos estadísticos revelan que Costa Rica creció notoriamente menos que sus vecinos centroamericanos durante la primera década de este siglo, lo que ha dado pie a denominarla la “década perdida” en el crecimiento socioeconómico del país.

C. Individualismo.

El estado y la nación son fenómenos colectivos. No puede haber un estado vigoroso ni una nación pujante si no hay coordinación entre ambos entes públicos. El marcado individualismo que se vive en el país le resta empuje a ellos. La indiferencia se ha convertido en una actitud generalizada respecto a ambas, un “sálvese quien pueda” que mina los propósitos y los recursos necesarios para salir del atasco.

La institucionalización del concepto de “felicidad” nos ha llevado a pensar “primero yo, después yo.” El disfrute de lo material, que es confundido con la felicidad, es predominantemente individual: mi dinero, mi propiedad, mis pertenencias, la actualización de mi perfil en redes sociales.

D. Dinámica de inculpación mutua.

Hemos perdido el sentido de la responsabilidad y la rendición de cuentas, esenciales en los propósitos de enmienda y en la gestión de representación a nombre de otros. El gobierno es la institución por excelencia donde sus funcionarios gestionan en representación de la nación que es soberana, según manda el artículo 2 de la Constitución Política.

Se ha deteriorado el proceso de control político y existe una impunidad de hecho en el proceso legal para hacer a los funcionarios públicos cumplir por su responsabilidad individual.

Esto ha desatado un proceso de control político a cargo de la prensa tradicional y, más recientemente, de las redes sociales, que, a su vez, ha degenerado en una cacería de brujas en la cual se sospecha de cualquier rumor que circule de manera pública. Esa dinámica tiene un impacto significativo en detrimento del sistema jurídico-político.

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