Tuesday, May 12, 2009

Vivir después de la vida

Cuentan las leyendas de algunos historiadores navales que a inicios del Siglo XV, el Emperador chino envió una flota de cientos de buques a surcar los mares en busca de riquezas. En aquellos viajes –continúan las leyendas- los buques chinos alcanzaron todos los rincones del planeta intercambiando bienes, prácticas y costumbres en las interacciones con otras comunidades.

Hoy, seis siglos después, la pequeña gran Costa Rica se ha embarcado en una aventura similar, ya no en barcos, pero sí con China. Hasta las costas pacíficas de Asia ha llegado un contingente costarricense que trajo consigo una multitud de riquezas en forma de arte; una muestra de la cultura patria que se intercambia con la china en una puesta en escena llena de gracia.

La obra se titula “Amighetti”, y es un homenaje al acervo artístico de este gran hombre que fue don Francisco. El espectáculo era de danza, con nueve bailarines que parecían cientos; con elásticos movimientos llenos de clase y de trópico que invitaban a sentir en la intimidad de la butaca el deseo de libertad expresado en el escenario. Esa forma de ser costarricense, esa cultura cálida de darse brazos, besos y abrazos, estremeció a los que fuimos testigos de una pequeña ventana de Costa Rica que se abrió en Pekín el viernes de noche.

Dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Cuán cierto es cuando se trata del terruño. Esta representación artística nos transportó de vuelta al país, con un magnífico juego de luces que semejaban atardeceres de noviembre y celajes de febrero, y claros de luna de alguna noche romántica. El romance de esta noche fue con la música, que provocó la danza y jugueteó con los artistas, con una melodía y otra y otra, que parecían ser mías y de nadie más.

La poesía narrada fue el pasaporte visado para transportarse a Costa Rica a recordar viejos tiempos, y algunos otros tan viejos que sólo cuentan historias de antaño. Historias de amas de casa que aman, de enamorados que se enamoran, de seducción, de pasión y de silencio, enmarcadas entre lienzos recordando  el pincel y la gubia de don Francisco. 

Probablemente –sugiere Amighetti- morir es estar solo // quedarse con los labios sellados // mientras pasan aquellos, los que cantan // los que besan y aman…

En aquella disyuntiva entre guardar silencio y querer romperlo para sabernos vivos, cayó liviana y luminosa en mi regazo la vida y obra del gran artista.

…Dormir en una colina // con los ojos abiertos y el corazón paralizado // mientras estalla el sol // con pétalos de llama.

Esa lumbre de su vida la sentí profundamente en un teatro en Pekín, a pocos pasos del majestuoso Templo del Cielo, donde el Emperador venía en el solsticio de invierno a orar por las buenas cosechas.

Su cosecha, amigo Amighetti, tan buena, tan prolija, me transportó por varios instantes a la vida que viví en aquella Costa Rica.

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